Violencia sin distingos
Por Alicia Ortiz Rivera
Por Alicia Ortiz Rivera
Hace tiempo recibí por correo un power point que mostraba varias imágenes de mujeres brutalmente golpeadas en el rostro, en el cuerpo y otras más que sin registrar huellas de violencia física, su mirada delataba un profundo sufrimiento. Eran éstas últimas víctimas de la hoy conocida como violencia psicológica. Para mi sorpresa, el documento se refería a la situación de las mujeres francesas. Navegando por internet me entero de que la violencia intrafamiliar y de género es un grave problema en Finlandia –país identificado por la revista británica The Economist como una de las cinco democracias más sólida a nivel mundial--, y en otros países altamente desarrollados.
Me costó trabajo creer que en esos países se vivan situaciones de violencia tan graves como la que se me reveló en ese documento. Creía que tenía que ver con el subdesarrollo, la falta de educación, el fanatismo religioso, la pobreza… Pero no, resulta que la violencia de género, la que se ejerce contra las mujeres, no conoce ni razas, ni clases sociales, ni creencias religiosas, ni edades ni ningún otro elemento de diferenciación. Es, irónica y paradójicamente, una violencia “democrática” por cuanto afecta a todo tipo de mujeres en las más diversas circunstancias.
¿Qué puede explicar algo así? Propongo una hipótesis: Junto a la visión de que la mujer es un objeto de control, dependiente, cuyos “valores” fundamentales serían la sumisión, la abnegación, la vulnerabilidad y otros por el estilo, se encuentra la del poder y su ejercicio como sinónimo de control, dominio y manipulación. Es el poder desde un enfoque autoritario, que no asume éste como una responsabilidad social, ni como algo que obligue al respeto e impulse el crecimiento y desarrollo de quienes dependen de las decisiones de quien tiene el poder.
El poder ejercido desde esta perspectiva autoritaria alimenta una espiral de violencia cuando se enfrentan a personas, principalmente mujeres, que reclaman su respeto. Es decir, en la medida en que la equidad de género no es parte intrínseca quizá de ninguna cultura, la búsqueda –y en no pocos casos el logro--, del empoderamiento femenino, se ha traducido en impotencia por parte de quien ha venido ejerciendo el poder de manera autoritaria. Y, de ahí, en violencia, sea física, psicológica, sexual, económica, verbal y un largo etcétera pues, lamentablemente, la violencia tienen muchas y muy diversas formas, desde el silencio –que puede ser violencia en tanto hiera o lastime a quien pide respuestas y ser escuchado--, hasta las formas más cruentas de violencias física.
Me costó trabajo creer que en esos países se vivan situaciones de violencia tan graves como la que se me reveló en ese documento. Creía que tenía que ver con el subdesarrollo, la falta de educación, el fanatismo religioso, la pobreza… Pero no, resulta que la violencia de género, la que se ejerce contra las mujeres, no conoce ni razas, ni clases sociales, ni creencias religiosas, ni edades ni ningún otro elemento de diferenciación. Es, irónica y paradójicamente, una violencia “democrática” por cuanto afecta a todo tipo de mujeres en las más diversas circunstancias.
¿Qué puede explicar algo así? Propongo una hipótesis: Junto a la visión de que la mujer es un objeto de control, dependiente, cuyos “valores” fundamentales serían la sumisión, la abnegación, la vulnerabilidad y otros por el estilo, se encuentra la del poder y su ejercicio como sinónimo de control, dominio y manipulación. Es el poder desde un enfoque autoritario, que no asume éste como una responsabilidad social, ni como algo que obligue al respeto e impulse el crecimiento y desarrollo de quienes dependen de las decisiones de quien tiene el poder.
El poder ejercido desde esta perspectiva autoritaria alimenta una espiral de violencia cuando se enfrentan a personas, principalmente mujeres, que reclaman su respeto. Es decir, en la medida en que la equidad de género no es parte intrínseca quizá de ninguna cultura, la búsqueda –y en no pocos casos el logro--, del empoderamiento femenino, se ha traducido en impotencia por parte de quien ha venido ejerciendo el poder de manera autoritaria. Y, de ahí, en violencia, sea física, psicológica, sexual, económica, verbal y un largo etcétera pues, lamentablemente, la violencia tienen muchas y muy diversas formas, desde el silencio –que puede ser violencia en tanto hiera o lastime a quien pide respuestas y ser escuchado--, hasta las formas más cruentas de violencias física.
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