La respuesta es categórica: ¡NO!
Nos afecta a hombres y a mujeres por igual y nos hace copartícipes de un círculo perverso de destrucción y dolor. Las víctimas evidentes son las mujeres pero quienes la ejercen son víctimas de sus propias creencias y de la violencia que les habita. Hay que trabajar y apoyar a quienes la reciben, pero es fundamental apoyar y trabajar con quienes la ejercen para evitar que sigan lastimando a más personas.
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