Tengo la imperante necesidad de hablar con los desconocidos. No me pregunten por qué pero me entusiasma sobremanera conocer la vida, las historias, las anécdotas de gente que ni conozco. En todo momento y lugar pareciera que me "brincan encima" las oportunidades para acercarme a alguien y comenzar a charlar sin más ni más. En este pasatiempo me encuentro con personas interesantísimas y, por sorprendente que parezca, casi todas estas interacciones me han dejado algo enriquecedor, algo que ha contribuido de una u otra manera a mi vida. El encuentro que les relataré es particularmente especial.
Me encontraba caminando por una de las calles de la ciudad de México que está muy cerca de mi casa por lo que la he recorrido más de treinta veces. Hacía algunas semanas que no pasaba por ahí, y me llamó la atención un restaurante nuevo de comida oaxaqueña (para quienes no lo sepan ésta es una de las comidas más ricas de mi país) así que me detuve a ver el menú. Una vez que terminé de revisar la deliciosa variedad de platillos levanté la mirada y mis ojos se toparon con los de ella. Irene estaba detrás del mostrador de la tiendita de artesanías oaxaqueñas colocada a un lado del restaurante. Como es mi costumbre sin vergüenza alguna entré a la tienda y, con la confianza que su sonrisa me brindó, comencé a platicar con ella. Qué poquito sabía del impacto que este encuentro tendría en mi.
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